Pensé que sería bonito que me reconociese y se sentase a mi lado para hablar un rato sobre cualquier tema, aunque fuese irrelevante como los gatos de Enoshima o de lo distintos que somos, y que, como pasa en las películas, acabásemos apoyados en el muro abrazados en silencio mirando al mar.
Lo que habría dado en aquél momento por un abrazo…
Pero pasó de largo, claro, creo que ni siquiera me vió y si lo hubiese hecho, desdeluego no iba a querer acercarse a un tío que está en medio de la nada rodeado de latas de cervezas ya más vacías que por vaciar.
Menuda estampa, vaya una manera de hacer amigos… daba igual, total, el día ya vino así de roto desde casa, más bien se trataba de desescombrar lo que alguien abandonó dentro de mi corazón porque de seguir acumulándose, lo iba a quebrar todavía más y aunque maltrecho, era el único que tenía y ya iba siendo hora de que me sentase delante de él y averiguasemos entre los dos para que iba a valer que siguiese latiendo.
De repente, mientras la espalda de la chica se alejaba diciéndome adios, empecé a llorar. Lloré mucho y de muchas maneras, lloré a veces con rabia apoyando la cabeza en los brazos y haciendo más ruido del que querría y también lloré despacio, con calma y en silencio mirando al mar. Me vacié por los ojos de tal manera que sentí que me ardían, que me ardía toda la cara, que me ardía el alma como si no fuesen a quedar más que las brasas de mi.
Eran lágrimas de derrota, porque así me sentía: vencido, sin fuerzas y lo que era mucho peor, sin ganas de tenerlas.
Ya era totalmente de noche, pero yo seguía allí sentado tratando de que la brisa marina me recompusiese el gesto, de que no se notase que acababa de morir de pena unas veinte olas antes. Estaba borracho, no demasiado, pero si lo suficiente como para tener la brillante idea de querer fumarme un cigarro y de alguna manera me encontré caminando hacia el pueblo. Tiré las seis latas, una a una, al contenedor correspondiente y compré dos más, de las grandes esta vez, un paquete de cigarros mentolados, un mechero de plástico de color naranja que todavía conservo y un cenicero portátil que parecía más una pequeña cartera.
Y empecé a caminar hacia la playa de nuevo, aunque no tenía intención de bajar a la arena, sino de quedarme en uno de los bancos de al lado de la carretera. Me hice fuerte en el de más a la derecha, me descalcé y empecé a intentar acordarme de cómo se fumaba cuando vi una espalda que me resultó familiar… parece que yo no era el único que se resistía a dar por terminada aquella noche.
コメント
0件
👏 最初のコメントを書いて作者に喜んでもらおう!